Llevo semanas dándole vueltas a esta historia. A ver qué te parece.
Resulta que a finales de los años 80, un grupo de investigadores construyó en el desierto de Arizona el mayor ecosistema cerrado del mundo. Una megaestructura acristalada y totalmente aislada del exterior, a la que llamaron “Biosfera 2”. Ocupaba el equivalente a dos campos de fútbol y fue diseñada para replicar los ecosistemas de la Tierra (la “Biosfera 1”)1.
¿El objetivo?
(Coge aire)
Probar si podríamos sobrevivir en un entorno autosuficiente, capaz de reproducir las condiciones terrestres, durante misiones de colonización de otros planetas.
Dentro del edificio se recrearon una selva tropical, un desierto, un arrecife de coral, zonas de cultivo... Todo pensado para simular el funcionamiento del planeta en miniatura.
Cada variable debía estar medida y controlada: presión atmosférica, humedad, niveles de oxígeno, producción de alimentos. Para ello, el sistema incluía máquinas, filtros y sensores integrados cuidadosamente con los ecosistemas vivos. La línea entre lo natural y lo artificial se difuminaba. Por ejemplo, se desarrollaron 27 tipos de suelo distintos para sostener la diversidad biológica.
En definitiva, un intento radical de replicar el diseño de la Tierra.
En 1991, los ocho investigadores se encerraron en Biosfera 2 y comenzó el experimento. El plan era vivir allí durante dos años sin contacto con el exterior.
Condiciones “ideales”
Pronto surgieron algunos problemas. Dificultades técnicas, conflictos internos y una caída progresiva del nivel de oxígeno. El sistema cerrado, que debía ser autosuficiente, tuvo que ser modificado para introducir oxígeno desde el exterior.
Pero quiero centrarme en otro problema que me parece especialmente revelador. Y es que los investigadores notaron que los árboles crecían rápido, pero eran extrañamente débiles. Pasado un tiempo, se doblaban y caían sin razón aparente.
Nadie se lo explicaba. Los árboles tenían agua, luz y nutrientes. El hábitat estaba perfectamente diseñado y controlado para ofrecer unas condiciones de desarrollo ideales…
Salvo por un pequeño detalle.
Finalmente, alguien se dio cuenta de cuál era el problema: la ausencia de viento.
En el exterior, los árboles se enfrentan al viento a diario. Esa resistencia estimula la producción de lo que los botánicos llaman “madera de reacción”, un refuerzo natural que fortalece el tronco y las raíces.
En un entorno sin viento, los árboles echaban de menos un estímulo para hacerse fuertes. Crecían rápido, pero frágiles. Y terminaban cayendo.
Estresores y comodidad
Como los árboles, los humanos también necesitamos ciertos estresores para mantenernos sanos. A este fenómeno se le conoce como “hormesis”: dosis pequeñas de un agente estresante pueden tener efectos beneficiosos al estimular la adaptación y la resistencia2.
El ejercicio físico, por ejemplo, estresa al cuerpo a corto plazo, pero lo fortalece a medio plazo. Sufrimos cuando corremos o hacemos flexiones (“lagartijas” para muchos lectores en América Latina), pero lo hacemos a cambio de una recompensa.
Lo mismo ocurre con el calor, el frío, el sol o el ayuno. Son estresores agudos que activan mecanismos de adaptación.
No podemos olvidar que nuestros genes están diseñados para otro mundo. Fueron moldeados por los desafíos con los que convivieron nuestros antepasados. Enfrentarnos a condiciones térmicas cambiantes exigía esfuerzo, un esfuerzo que reforzaba nuestra capacidad de adaptación.
Sin embargo, hoy rechazamos la variabilidad y la incomodidad. Nuestra obsesión por el control nos ha llevado a construir edificios que nos aíslan del entorno, eliminando la incertidumbre y la volatilidad.
Por ejemplo, el aire acondicionado y la calefacción nos permiten experimentar la misma temperatura en cualquier momento del año o del día. Al reducir el rango de temperaturas al que nos exponemos, nuestro cuerpo deja de realizar esos esfuerzos de adaptación.
Esto nos aporta comodidad, pero también nos vuelve más vulnerables. Reduce nuestro rango de confort haciendo nuestras mentes más exigentes y nuestros cuerpos más frágiles.
Abrazar la variabilidad
Es evidente que los sistemas mecánicos han mejorado la calidad de vida de muchas personas e incluso han salvado vidas.
Pero una cosa es cubrir necesidades básicas y otra exigir confort absoluto en todo momento. Este exceso de comodidad puede volverse en nuestra contra si dejamos de exponer nuestros genes a los estímulos para los que fueron diseñados.
El experimento de Biosfera 2 terminó oficialmente en 1994. Pero en cierto modo, no ha dejado de expandirse desde entonces. En las últimas décadas, las cajas de vidrio que nos aíslan del exterior se han multiplicado por todo el mundo. Piensa en cualquier edificio de oficinas moderno.
Dentro de nuestros edificios-burbuja, nos hemos acostumbrado a elegir las condiciones exactas en cada momento. Interpretamos cualquier desviación del ideal como una molestia. Lo que al principio era un lujo, se ha convertido en una necesidad.
Al reducir los estresores a los que nos exponemos, hemos reducido también nuestra zona de confort y nuestra capacidad de adaptación.
Como los árboles de Biosfera 2, vivimos más cómodos, pero también más débiles.
El resultado: una sociedad cada vez más exigente, pero no necesariamente más sana o feliz.
PD1. Como ves, la historia de este experimento da para mucho, así que no descarto seguir tirando del hilo otro día.
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Descubrí la historia de Biosfera 2 en el libro Vive Más, de Marcos Vázquez. El capítulo 5 está centrado en los estresores positivos y su impacto en nuestra salud.
Nassim Taleb habla del fenómeno de la hormesis en su libro Antifrágil, del cual se nutre este texto.
Hola Francisco. Es un gusto leerte. Además saber que nuestras publicaciones esta semana están relacionadas. Sincronicidad 👀 Gracias por compartir este experimento. No tenía idea sobre él. Hace 4 año vivo en Japón, y aunque es un pais maravilloso en muchos aspectos, es innegable ver como por ese afan de controlar el ambiente, la personalidad o la sociedad se termina causando estres en todas partes. Incluso en los ecosistemas.
Te invito a pasarte por mosukito para seguir discutiendo sobre El control. Nos seguimos leyendo 🏵
Qué interesante esta experiencia! Últimamente estoy medio obsesionada con cómo Google Maps nos limitó a la hora de razonar caminos propios para recorrer la ciudad en la que vivimos. Si por casualidad no está el cartel con el nombre de la calle, tengo que sacar el teléfono para ver dónde estoy, cuando antes me sabía los nombres de las calles de mi barrio de memoria.
Siento que era muy bueno el mecanismos de saberse números de teléfono de memoria y formas de ir o volver a los lugares ante cualquier emergencia. Me siento un poco esos árboles que no pudieron desarrollar su fortaleza ante la ausencia del viento.