En 2016, biólogos de la Universidad de California realizaron un experimento con girasoles.
Al colocarlos en una habitación cerrada, comprobaron que estos continuaban girando, siguiendo el recorrido del sol. Por la noche, rotaban 180 grados para volver a la posición original y empezar de nuevo.
Esto permitió a los investigadores concluir que el movimiento de estas plantas no es simplemente una respuesta a un estímulo externo, sino que está codificado en sus genes. Resulta que los girasoles tienen un reloj interno que guía su comportamiento: su reloj circadiano o biológico1.
Sin embargo, este cronómetro interno depende de señales externas para mantenerse sincronizado. Tras unos días encerrados, los girasoles empezaron a perder la sincronización con el movimiento del sol, hasta que su comportamiento se desfasó por completo. Esto afectó a su capacidad de crecimiento y reproducción2.
Igual que los girasoles, los seres humanos también tenemos un reloj circadiano que se sincroniza con las condiciones ambientales, principalmente la luz del sol y la temperatura. Cuando nuestro estilo de vida nos aleja de los ritmos naturales del día y la noche, nuestro reloj interno se desajusta y sufrimos las consecuencias. Es lo que experimentamos con el jet lag tras un largo viaje de avión: nuestro cuerpo se descoordina respecto al entorno y necesita tiempo para ajustarse de nuevo.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con los edificios?
La gran migración
Durante las últimas décadas el ser humano ha experimentado una migración sin precedentes del exterior al interior de los edificios. En Occidente, pasamos más del 90 % de nuestro tiempo en espacios cerrados3. Además, los edificios son cada vez más grandes y profundos, lo que nos aleja aún más del exterior.
Como vimos hace algunas semanas, durante la segunda mitad del siglo XX, la expansión de la bombilla fluorescente nos permitió independizarnos de la luz natural. Esto impulsó la construcción de edificios colosales, iluminados artificialmente, donde la actividad podía continuar sin interrupción, incluso durante la noche.
Piensa, por ejemplo, en los grandes hospitales modernos: laberintos herméticos donde profesionales y pacientes pierden la noción del tiempo. El día se confunde con la noche, y el invierno con el verano.
Debemos tener en cuenta que, si comprimimos la evolución humana en 24 horas, la bombilla se habría inventado hace apenas 5 segundos. Por ello, nuestro cuerpo espera diferencias abismales entre la luz del día y la oscuridad de la noche. Sin embargo, lo que la vida moderna le ofrece es «un baño continuo de luz artificial de intensidad media»4.
De este modo, la expansión de la iluminación artificial ha supuesto que en pocas décadas hayamos alterado drásticamente nuestra relación con el ciclo natural de luz y oscuridad, desajustando nuestro reloj interno.
La luz solar es muy efectiva ajustando nuestros ritmos circadianos porque lo ha hecho durante millones de años. Por la mañana, estimula la producción de cortisol, la hormona que nos mantiene alerta y activos. Cuando llega la noche, la oscuridad favorece la producción de melatonina, conocida como «la hormona del sueño» por ser la encargada de indicarle al cuerpo que es momento de dormir.
Sin embargo, la luz artificial reduce la producción de melatonina. Particularmente, esta se ve afectada por la banda de luz azul entre 460 y 480 nm, por lo que la luz cálida producida por una hoguera o por velas no resulta perjudicial. Por el mismo motivo, una bombilla incandescente afecta menos que una LED, debido al elevado pico de luz azul de esta última5.
Cuando estamos en el sofá de casa, nuestros ojos de cazadores-recolectores interpretan la luz de las lámparas y las pantallas nocturnas como si fuera luz solar, enviando señales erróneas al cuerpo y alterando nuestro sueño.
Y es que la tecnología ha evolucionado mucho más rápido que nuestros genes…
Biología vs. Cultura
Si experimentar una intensidad de luz homogénea durante el día y la noche es problemático, lo mismo ocurre con la temperatura.
Cuando dormíamos a la intemperie, en cabañas o en habitaciones menos aisladas, el descenso de temperatura anunciaba a nuestro cuerpo la llegada de la noche. Hoy, al mantener una temperatura constante durante todo el día gracias al aire acondicionado y la calefacción, impedimos que el cuerpo reciba esas señales naturales. Por ello, los expertos recomiendan dormir a una temperatura más baja de la que consideramos confortable para mejorar la calidad del sueño.
En definitiva, nos encontramos ante un conflicto entre nuestra biología y nuestra cultura.
Por una parte, los edificios hoy nos ofrecen la posibilidad de eliminar la variabilidad de nuestras vidas, lo que nos ha permitido resolver algunos problemas del pasado. Por otra parte, hemos pagado un precio: esos mismos edificios nos han alejado de los estímulos naturales a los que nuestros genes estaban acostumbrados, alterando nuestro reloj circadiano. Al resolver problemas antiguos, hemos creado otros nuevos.
Múltiples estudios demuestran que desajustar nuestro reloj interno aumenta la probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares, trastornos metabólicos, depresión, problemas de insomnio, cáncer o enfermedades neurodegenerativas6. Sin darnos cuenta, somos como esos girasoles encerrados en habitaciones que han perdido su conexión natural con el sol.
Así, nuestra capacidad para controlar la luz y la temperatura se ha convertido en un arma de doble filo. La iluminación y la climatización artificial nos han ofrecido más control, pero no necesariamente más salud.
¿Cómo podemos encontrar el equilibrio entre las oportunidades de la tecnología y las expectativas de nuestros genes?
Podríamos empezar por reconectar con el día y la noche. Adaptar nuestra actividad a los ciclos de sol. Aceptar y disfrutar la volatilidad del exterior. Sincronizar con los ritmos naturales sin que eso suponga rechazar los beneficios de la tecnología.
En nuestro intento, ¿pueden los edificios ser parte de la solución y no del problema?
¿Puede la arquitectura ayudarnos a reconciliar nuestra biología con nuestra cultura?
Hagop S. Atamian et al., «Circadian regulation of sunflower heliotropism, floral orientation, and pollinator visits», Science 353, n.o 6299 (5 de agosto de 2016): 587-90.
Marcos Vázquez, «Cómo nuestro estilo de vida afecta al ritmo circadiano» (TEDx Talk, Granada, 5 de junio de 2019).
U.S. Environmental Protection Agency, «Report to Congress on indoor air quality: Volume 2», EPA/400/1-89/001C (Washington D. C., 1989).
Marcos Vázquez, «La mejor noche de tu vida y la importancia de los ritmos circadianos (Parte I)», Fitness Revolucionario, 6 de febrero de 2014.
Marcos Vázquez, «Por qué nos engorda la luz artificial y cómo lo podemos evitar», Fitness Revolucionario, 21 de abril de 2018.
Dariush Farhud y Zahra Aryan, «Circadian Rhythm, Lifestyle and Health: A Narrative Review», Iranian Journal of Public Health 47, n.o 8 (agosto de 2018): 1068.
Símil tan oportuno y revelador el de los girasoles.
Grande ,un arquitecto verde 🌿💚🌿, fantástico, yo antes de la crisis de las hipotecas era paisajista y tenía serios problemas con los ingenieros de caminos y los arquitectos de la losa, jajaja 😂😂😂, yo participaba en concursos para ejecutar proyectos y siempre andábamos a la gresca.
Ahora me compro girasoles y los pongo a tomar el sol cada día en mi piso 8 , para que florezcan felices, y mientras crié a mis hijos en un pueblito en la montaña, sembré siempre girasoles en mi huerto, una vez Uno cadi llega a 2 metros de alto y su flor era enorme, como de 50 cm de diámetro y mis hijos eran más pequeños que la pedazo de flor y alucinaron, jamás lo olvidarán, puesxellos sembraron ese girasol 🌻🌞🌻