Hoy te hablo de uno de los grandes problemas de la arquitectura sostenible.
Pero antes, déjame contarte una batallita…
Durante la Segunda Guerra Mundial, en el Pacífico Sur, las enfermedades transmitidas por mosquitos mataban más soldados estadounidenses que el combate.
Para solucionar este problema, las tropas aliadas comenzaron a usar DDT, un producto químico con un extraordinario poder para matar insectos. Arrojado desde aviones, el DDT podía aniquilar millones de mosquitos transmisores de malaria o tifus, lo que favoreció el avance de las tropas por el campo.
Tras la guerra, el DDT pasó del campo de batalla a revolucionar la agricultura. Nunca antes las cosechas habían sido tan rentables. Por ello, su descubrimiento le valió el Premio Nobel a Paul Hermann Müller.
Sin embargo, en 1962, Rachel Carson publicó Primavera silenciosa, denunciando los efectos destructivos del DDT en los ecosistemas y la salud humana. El libro provocó una ola de conciencia ambiental que culminó con la creación de la Agencia de Protección Ambiental en EE. UU. en 1970 y la prohibición del DDT en 1972.
Este movimiento impulsó el nacimiento del ecologismo moderno y situó el medio ambiente en la agenda política internacional, dando origen a un debate sobre el crecimiento económico, la contaminación del entorno y el bienestar de las personas.
Los ecologistas empezaron a cuestionar la supremacía de la tecnología moderna. Defendían que la filosofía extractivista que había dominado la civilización occidental durante los últimos 300 años podía ser destructiva tanto para el ser humano como para el resto de formas de vida del planeta. Por ello, comenzaron a exigir que la ciencia colaborara con la naturaleza en lugar de explotarla.
Finalmente, en 1987, el Informe Brundtland reconoció la crisis ambiental y definió el «desarrollo sostenible» como aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer las de futuras generaciones.
Parecía que estábamos listos para redirigir nuestra relación con el planeta.
Salvo por un pequeño detalle:
La tecnología como solución universal
El ecologismo había surgido como reacción a la mentalidad extractivista que asumía que el progreso requería la explotación de la naturaleza. Sin embargo, a nivel político, el discurso del desarrollo sostenible centró su atención en las consecuencias ambientales e ignoró las causas culturales.
En la práctica, la preocupación por el medio ambiente no redujo la confianza en el aumento de la producción como símbolo de progreso. Al contrario, reforzó la creencia de que la tecnología podía solucionar la crisis ambiental sin necesidad de cuestionar el modelo cultural.
Este es el problema de la sostenibilidad mediática: seguimos confiando ciegamente en la gestión científica y técnica del entorno sin proponer cambios en nuestra forma de vida.
Hemos asumido que la ciencia y la tecnología modernas son las únicas capaces de resolver nuestros problemas a base de añadir artificialidad. Al priorizar un conocimiento científico centrado en controlar la naturaleza, hemos excluido conocimientos ancestrales que surgieron dialogando con ella.
¿Qué arquitectura produce esta mentalidad?
Arquitectura sostenible-mecánica
Durante la segunda mitad del siglo XX, el aire acondicionado y la calefacción transformaron la arquitectura. Pasamos de diseñar edificios climáticos que dialogaban con el entorno a crear edificios mecánicos que se independizan del exterior. En las décadas siguientes, la arquitectura sostenible consolidará este enfoque mecánico.
En 1990, nace en Alemania el estándar de sostenibilidad Passivhaus, que prioriza la eficiencia energética y el control de las condiciones interiores. Se asume que el edificio ideal es un cubo herméticamente cerrado, aislado del exterior por gruesas capas de aislamiento térmico y ventilado mecánicamente. De este modo, se mantiene la confianza en la tecnología moderna como herramienta para independizarnos de la naturaleza.
Passivhaus trata el edificio como un objeto autosuficiente con un control total sobre lo que ocurre en su interior, independientemente del clima exterior. Por ello, rechaza el contacto con los ciclos naturales (día y noche, verano e invierno, frío y calor…), promoviendo estrategias para limitar el intercambio directo de aire entre el interior y el exterior. Toda relación con el entorno se gestiona de forma mecánica.
De este modo, la arquitectura de la eficiencia energética huye de la incertidumbre y la variabilidad del exterior para ofrecer una experiencia interior homogénea a lo largo del día y las estaciones. El resultado son edificios ensimismados, ajenos a su contexto climático y cultural, que refuerzan la idea de que la tecnología puede garantizar el confort ignorando el entorno.
¿Existe alguna alternativa más saludable a esta sostenibilidad mecánica?
Edificios que respiran
El problema de los edificios mecánicos no es que utilicen estrategias artificiales, sino que lo hagan como sustituto de las naturales, en lugar de como complemento. La confianza ciega en el aire acondicionado, la calefacción central y la ventilación mecánica nos ha hecho olvidar la importancia de la orientación, la forma, los espacios intermedios, la inercia térmica, la ventilación cruzada, etc.
Para empezar, debemos diseñar edificios capaces de respirar por sí mismos.
Edificios como la nueva sede de Empresa de Desarrollo Urbano de Medellín: todo un experimento en técnicas de ventilación natural.
El edificio emplea dos estrategias que se complementan en función de las condiciones exteriores: ventilación cruzada y efecto chimenea.
Cuando el viento es lo suficientemente fuerte, la ventilación cruzada permite renovar el aire y mejorar la sensación térmica de los ocupantes.
Cuando apenas hay viento, se utiliza la flotabilidad (fuerza boyante) para mover el aire a través de una gran chimenea que conecta todas las plantas y permite aspirar aire fresco hacia el interior.
Cuando el viento tiene una fuerza moderada, la ventilación cruzada y el efecto chimenea funcionan en conjunto.
De este modo, las estrategias de ventilación natural aprovechan el viento y las diferencias de temperatura para renovar el aire interior.
Ventilación cruzada, chimeneas solares, captadores de viento, pozos canadienses…
Estas estrategias tradicionales nos permiten diseñar los edificios como organismos vivos que interactúan con su entorno, y no como máquinas aisladas.
Diseñar edificios capaces de respirar por sí mismos.
En definitiva, diseñar con el clima.
Y no contra él.
PD1. En unos meses voy a Medellín. ¿Algún otro edificio que no me pueda perder?
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Muy interesante el texto. La verdad que después de este tiempo leyéndote he empezado a entender que la tecnología no es la solución a todo, ni tampoco la respuesta a cualquier problema (ha sido difícil de entender esto para un informático como yo).
Me ha aclarado mucho tu frase "El problema de los edificios mecánicos no es que utilicen estrategias artificiales, sino que lo hagan como sustituto de las naturales, en lugar de como complemento"
Supongo que la clave está en eso: complementar con tecnología, pero aprovechar el entorno.
PD: Fascinante el "edificio que respira" de Medellín.
Gracias, Francisco, por trazar esta cartografía de la paradoja moderna: pretendimos salvarnos de la naturaleza y ahora morimos por asfixia simbólica, encerrados en cápsulas térmicamente eficientes pero existencialmente estériles. Me parece brillante su mensaje: nunca fuimos sostenibles, porque nunca quisimos ser humildes.
Nuestros edificios, nuestras casas, como la cultura que los inspira, han dejado de respirar con la tierra. Se han blindado frente al afuera. Pero no hay cura en la negación. Recuperar el vínculo con el entorno —con la luz que cambia, con el viento que irrumpe, con la sombra que protege— es también sanar una grieta más honda: la de un ser humano que ha olvidado que es parte del todo, y no el dueño del planeta. Me parece que tu propuesta, diseñar con el clima, es un gesto ético, una poética de la interdependencia. Gracias por abrir esta conversación con tanta claridad y sentido.