De pequeño pasaba los veranos en Algueña, un pueblo del interior de Alicante, en el sudeste de España. Allí mis abuelos habían convertido una antigua casa de labranza en la casa de verano para sus cuatro hijos y, más tarde, diez nietos.
Un día, cuando llegábamos al pueblo por la carretera desde Novelda, oí a mi padre quejarse:
—Joder, ya le han pegado un mordisco.
Su mano señalaba hacia la montaña. En un punto, se apreciaba una cata que exponía su interior, realizada para comprobar la composición y calidad de la roca.
Ese mismo día nos enteraríamos: mármol del tipo crema marfil, uno de los más apreciados del mundo. Comenzó entonces la explotación de la montaña, que pronto se convirtió en un importante recurso económico para los pueblos de la zona.
Se trata de una historia relativamente común en las sociedades modernas, en las que interpretamos el paisaje como un recurso material al servicio del ser humano. Y es que nuestro modelo del mundo mide el progreso en términos de crecimiento económico, independientemente de su impacto social o medioambiental.
Sin embargo…
Existen otros modelos del mundo
Es decir, la comprensión de la realidad es mucho más rica que la interpretación moderna. Durante milenios, los humanos hemos dotado de significado a aquello que nos rodea, dando pie al nacimiento y desarrollo de culturas caracterizadas por formas de vida muy diversas1.
Por ejemplo, pensemos en los pueblos de los Andes.
Las comunidades indígenas han habitado durante milenios estas montañas, y consideran que la Tierra está viva y que «cada arruga en el paisaje, cada colina y saliente, cada montaña y arroyo tiene un nombre y está impregnado de significado ritual»2. Estos pueblos veneran el lugar que habitan, la Pachamama, su Madre Tierra. Los ríos son considerados venas abiertas y las montañas seres protectores a las que se conoce como Tayakuna (los Padres).
Por lo tanto, las comunidades de los Andes y las sociedades modernas interpretan el entorno de maneras muy distintas.
Mientras unos lo veneran, otros lo someten.
¿Quién tiene razón?
La respuesta es irrelevante, ya que el mundo no existe en un sentido objetivo o absoluto.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿cuáles son las consecuencias de cada interpretación de la realidad?
Habitando el paisaje
El apego de los pueblos andinos a la tierra tiene una larga tradición.
Hace más de 500 años, estas ideas e intuiciones sobre la relación con el entorno guiaron la construcción de la ciudad de Machu Picchu. Una ciudad planificada siguiendo los parámetros metafísicos de los incas, con alineaciones concebidas para reflejar el eje cósmico y geográfico de lo sagrado3.
El diseño de la ciudad no concibe las montañas, ríos y bosques como un recurso inanimado y accesorio, sino como seres vivos y dinámicos.
Por ejemplo, pensemos en el ciclo del agua.
El río Urubamba que rodea Machu Picchu tenía un importante papel en la mitología Inca como la ruta que el dios Viracocha había recorrido cuando creó el mundo. El agua llegaba a la ciudad gracias a un sistema de riego que todavía hoy reconocemos como una hazaña de la ingeniería. Una vez satisfechas las necesidades del pueblo, el agua bajaba por las laderas de la montaña para volver al río y seguir su curso4.
De este modo, las necesidades humanas se insertaban de manera sutil en los ciclos naturales del paisaje sin suponer su disrupción irreversible.
¿Cómo se compara esta actitud con la intervención en la montaña de Algueña?
En realidad, en Algueña ya no hay montaña.
Su lugar lo ocupa una de las mayores explotaciones de mármol a cielo abierto del mundo. Incluye aproximadamente 30 canteras y una superficie de 450 hectáreas, equivalente a 640 campos de fútbol. Una impresionante obra de ingeniería con taludes de más de 300 metros de altura, más altos que la Torre Eiffel.
Los bloques extraídos en la cantera son clasificados en función de su tamaño, tonalidad, número de vetas, etc. A partir de ahí, los bloques se trasladan a las fábricas, donde se despiezan en tablas o losas y se les aplica el acabado deseado, antes de enviarse a todo el mundo.
Así, 500 000 metros cúbicos de montaña se transforman cada año en los suelos, fachadas o encimeras de cientos de edificios a miles de kilómetros de distancia.
De este modo, en unas décadas hemos consumido de manera irreversible un paisaje que había tardado millones de años en formarse.
¿Podemos aprender algo de esos modelos alternativos?
Recuperando la intuición
No se trata de romantizar la vida de nuestros antepasados o de poblaciones indígenas, bastante más duras que las de poblaciones modernas en muchos sentidos.
Tampoco de demonizar el uso de recursos naturales para satisfacer nuestras necesidades.
¿Entonces?
El objetivo es encontrar el equilibrio más sano entre los distintos modelos de la realidad.
No hace falta que de la noche a la mañana pasemos a venerar las montañas, pero sí que recuperemos esa intuición premoderna que nos dice que somos un componente más de un ecosistema que está vivo.
El marco de pensamiento moderno ha logrado cientos de avances tecnológicos que han hecho nuestras vidas más cómodas. Sin embargo, la expansión de este modelo extractivo también ha tenido consecuencias para la salud y el medio ambiente.
¿Cómo resolver este dilema?
Las visiones del mundo premodernas e indígenas pueden ofrecernos algunas pistas.
Estos modelos del mundo proponen relaciones diferentes entre los seres humanos y la naturaleza, el conocimiento, la experiencia histórica, la memoria, el tiempo y el espacio. Se trata de visiones alternativas que desafían la comprensión dominante.
Visiones más cosmocéntricas que reconocen la interconexión de todas las formas de vida.
Visiones que nos recuerdan que existen muchas formas de estar en el mundo.
Y que cada una conduce a distintos futuros posibles.
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Wade Davis, Los guardianes de la sabiduría ancestral: Su importancia en el mundo moderno (Medellín: Sílaba Editores, 2015).
Wade Davis, «Foreword», en Lo-TEK, Design by Radical Indigenism (Colonia: Taschen, 2020).
Wade Davis, The Wayfinders: Why Ancient Wisdom Matters in the Modern World (House of Anansi Press, 2009)
Davis, «Foreword».
Cuando empezado a leer y he visto el nombre del pueblo, lo he buscado en el mapa, soy alicantina pero nunca lo había oído (me ha encantado descubrirlo)… conforme avanzaba la lectura construía en mi cabeza Monte Coto y zas, aparece la foto. Lo conozco por la museografía que hizo Rocamora. Se la encargaron para poner en valor la cantera, su historia… y mientras la estudiaba pensaba que era un paisaje construido pero a la vez que era una pena esa montaña… a veces se nos olvida valorar que toda acción tiene una consecuencia, hasta recoger una piedra en el suelo
Imposible no emocionarme viendo que incluyes uno de los sitios mas emblemáticos de la cultura de mi país, Francisco.
Me llevo la reflexión sobre el equilibrio entre los distintos modelos y visiones del mundo. Por un lado, debemos cuidar que la provisión de bienestar y desarrollo de las naciones no impacte en manera desmedida el medioambiente y asegure además un mundo más justo. Pero al mismo tiempo, no debemos dejar de lado que las brechas en calidad de vida y acceso servicios básicos son gigantes en todo el mundo, en donde el 44% de la población subsiste con menos de USD 7 al día. Asimismo, la transición en temas ambientales va a requerir movilizaciones de capital sin precedentes.