Hace algunas semanas, en una reunión de diseño para un edificio de viviendas para mayores, discutíamos el lobby. Y alguien hizo la siguiente pregunta:
—Cuando un vecino entre en el portal, ¿qué queremos que vea primero: las escaleras o el ascensor?
—Las escaleras. Que estén justo en frente. Si es lo primero que ve, hay más posibilidades de que las use. Es más sano.
—Pero un tercio de los futuros vecinos de este edificio usa silla de ruedas o andador. ¿De verdad lo primero que tienen que ver cada día es una escalera que no pueden subir?
Cuando más tarde comenté la conversación con un amigo (al que no puede interesarle menos la arquitectura) me dijo, como sorprendido, que jamás había pensado en la importancia que el diseño pudiera tener en su vida. Con ese ejemplo lo veía muy claro.
Mi amigo no me ayudó a resolver la cuestión de si lo primero que tenía que ver aquel futuro vecino era el ascensor o la escalera, pero me recordó el famoso discurso de graduación de David Foster Wallace hace ya 20 años.
Empezaba así:
«Dos peces jóvenes van nadando y se cruzan con un pez más viejo que viene en dirección contraria. El pez viejo los saluda con la cabeza y dice: “Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?”
Los dos peces jóvenes siguen nadando un rato, hasta que uno mira al otro y dice: “¿Qué diablos es el agua?”»
Estamos tan sumergidos en arquitectura que no somos capaces de verla.
Pero todo a nuestro alrededor está diseñado. Y ese diseño influye en nuestro comportamiento.
¿Por qué actúas de manera distinta en una catedral que en un estadio?
¿Por qué en algunas ciudades paseas y en otras necesitas el coche para todo?
¿Por qué en algunos barrios los niños juegan en la calle y en otros desaparecen?
Nuestro comportamiento depende en gran medida del entorno físico que nos rodea. Sobrevaloramos nuestra capacidad de elección e infravaloramos la influencia del contexto. Y es que nuestras acciones dependen de nosotros mismos, pero sólo hasta cierto punto.
El diseño es esa fuerza invisible que nos guía en una dirección determinada. Ese «empujoncito» que nos incita a hacer una cosa o la contraria.
De esta manera, el entorno físico orienta nuestras decisiones, moldea nuestros hábitos y, a largo plazo, también nuestra salud.
Por ejemplo, dos datos:
Un espacio público más atractivo y caminable puede aumentar la actividad física en un 161 %1.
Subir escaleras durante dos minutos al día quema las calorías necesarias para evitar el aumento de peso anual promedio de un adulto en EE. UU.2
Así, nuestro comportamiento y nuestra salud están entrelazados con la arquitectura que nos rodea.
¿Cómo podemos hacer que la opción más evidente sea también la más saludable?
Esto se preguntaba Anne Thorndike, médica en el Hospital General de Massachusetts en Boston. Quería mejorar la alimentación del personal sin dar consejos, charlas ni avisos. No tenía intención de hablar con ellos.
Junto a su equipo, rediseñó la disposición de bebidas en la cafetería. Puso las botellas de agua en neveras junto a las cajas registradoras y también en varias cestas repartidas por la sala, junto a los puestos de comida.
En tres meses, las ventas de agua subieron un 25,8 % mientras que las de refrescos azucarados bajaron. Aplicaron cambios similares con la comida y obtuvieron resultados parecidos. Nadie dijo nada a nadie. Solo cambiaron el entorno3.
¿Y si hiciéramos lo mismo con edificios, barrios y ciudades?
¿Por qué no diseñar entornos que nos inciten a tomar decisiones más saludables?
Los críticos dicen que existe riesgo de caer en el paternalismo o lo que se conoce como «ingeniería social».
¿Quién soy yo para decidir si alguien debe subir escaleras o coger el ascensor?
¿Quién soy yo para decidir si alguien debe andar o ir en coche?
Por ejemplo, en el caso comentado arriba, finalmente decidimos colocar las escaleras en primer plano y desplazar el ascensor. Y entre la entrada y el ascensor, decidimos incluir una zona común con sofás. Así, quien se dirige al ascensor pasa por un espacio donde es probable encontrarse con otros vecinos, detenerse a hablar, crear vínculos. Repetido cada día, sabemos que este pequeño gesto puede fortalecer su salud social, física y mental.
Pero:
¿Quién soy yo para decidir si una persona debe hablar con sus vecinos o no?
¿No sería mejor presentar todas las opciones y dejar que cada uno decida por sí mismo?
Suena bien en teoría. Pero en la práctica, la presentación de opciones sin jerarquía simplemente no es posible.
El diseño nunca es neutral.
Por lo tanto, mejor incentivar los comportamientos que mejoran nuestra calidad de vida mientras mantenemos disponibles las demás opciones.
Además, todos somos un poco diseñadores: podemos detectar si nuestro entorno está jugando a nuestro favor o en nuestra cuenta, y hacer ajustes.
Incluso en nuestra propia casa:
¿Cuándo fue la última vez que tiraste un tabique?
¿O que cambiaste el sofá de sitio?
¿Por qué tu cama mira hacia esa pared y no hacia otra?
Como en la historia de los peces, «las realidades más obvias e importantes suelen ser justo las más difíciles de ver»4.
Somos producto de nuestro entorno.
Pero no tenemos por qué ser sus víctimas.
PD1. Si te interesa este tema, te recomiendo el libro Nudge: Improving Decisions about Health, Wealth, and Happiness de Richard H. Thaler y Cass R. Sunstein. Traducido al español cómo Un pequeño empujón.
PD2. Si te ha gustado lo de los peces, te recomiendo escuchar o leer el discurso de Wallace completo (muy fácil de encontrar online).
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📖 Posts relacionados:
Joanna Frank, Center for Active Design.
Ídem
James Clear, Hábitos atómicos: Cambios pequeños, resultados extraordinarios, cap. 6
David Foster Wallace. “This is Water.” Discurso de graduación, Kenyon College, 21 de mayo de 2005.
Muy interesante, gracias por compartir. Me apunto el libro que recomiendas sobre este tema. El discurso Esto es agua de Wallace lo he leído, releído y hace años lo copié casi entero en mi cuaderno de citas de lecturas. Es magnífico
Genial 👍 . Lo incluimos en el diario 📰 de Substack también?