Malawi es uno de los países con mayor mortalidad de madres y bebés por complicaciones durante el embarazo y el parto.
En 2012, el gobierno se propuso mejorar esta situación mediante la creación de «casas de la maternidad»: espacios que ofrecen a las mujeres acceso a personal médico a partir de la semana 36 de embarazo.
El objetivo era construir 130 de estas instalaciones en todo el país, por lo que se decidió crear un prototipo que fuera fácil de replicar. La idea era construirlos junto a centros de salud y hospitales existentes, de modo que se redujera al mínimo la distancia que las mujeres debían andar el día del parto.
Sin embargo, tras la inauguración de los primeros edificios, los resultados no fueron los esperados. Las mujeres llegaban a los centros, pero muchas los abandonaban y regresaban a sus comunidades.
¿Cuál era el problema?
Algo muy sencillo: ninguna mujer embarazada había sido consultada durante el proceso de diseño del prototipo que aspiraba a hacer su embarazo más fácil y seguro. Este respondía únicamente a los conocimientos de los ingenieros y médicos a cargo del proyecto.
Por lo tanto, el prototipo era un ejemplo de lo que ocurre cuando se excluye la experiencia del usuario más vulnerable e importante del proyecto, en este caso las futuras madres.
Por eso, cuando el Ministerio de Salud de Malawi invitó a MASS a diseñar una nueva casa de la maternidad, el equipo tuvo claro por dónde debía empezar.
Antes de diseñar, escuchar
MASS trabajó con madres, mujeres embarazadas y enfermeras para tratar de entender qué fallaba del primer prototipo. Las conversaciones desvelaron por qué el edificio no respondía a sus deseos y necesidades:
Las mujeres deseaban privacidad. Sin embargo, el prototipo ofrecía un único gran pabellón con 36 camas.
Las mujeres necesitaban espacio para sus «guardianes», parientes que acompañan a las embarazadas para apoyarlas durante las semanas previas al parto. Sin embargo, el edificio no tenía espacio para las acompañantes, que debían permanecer en el exterior expuestas al sol y la lluvia.
Además, las mujeres no podían permitirse estar tanto tiempo sin trabajar. El prototipo no incluía oportunidades para mantener una actividad económica durante su estancia.
En general, las mujeres no se encontraban cómodas. El edificio ofrecía una experiencia poco digna ya que carecía de luz natural, ventilación o saneamiento adecuados.
Por lo tanto, el nuevo edificio debía aprender de la experiencia de esas mujeres y responder a sus deseos y necesidades.
De la experiencia al diseño
La primera decisión que se tomó fue eliminar la idea de que todas las mujeres tuvieran que compartir un único pabellón. En su lugar, se dividió el edificio en habitaciones más pequeñas organizadas alrededor de una serie de patios. Cada habitación era compartida por cuatro mujeres.
La intención era que estas pequeñas viviendas ofrecieran más privacidad a las embarazadas y fomentaran el apoyo mutuo e intercambio de conocimientos entre madres experimentadas y primerizas.
Este esquema se inspiró en el diseño de las aldeas malauíes en las cuales las familias ocupan pequeños edificios alrededor de un patio, una escala mucho más familiar para las mujeres que llegaban a las instalaciones.
Para acomodar a las acompañantes de las mujeres embarazadas, las cubiertas de las habitaciones se extienden con grandes voladizos que ofrecen sombra y refugio en espacios intermedios alrededor de los patios. Durante el día, estos se convierten en espacios de reunión y socialización.
Como he comentado, el centro también debía ayudar a las mujeres a compensar la pérdida de salario durante su estancia. Para ello, se añaden módulos destinados a talleres de artesanía que permiten a las mujeres mantener unos ingresos mientras están lejos de sus comunidades. Estos espacios compartidos se convierten en centros de actividad y aprendizaje, transformando la espera en una experiencia activa y empoderadora.
En cuanto a la experiencia de usuario, dividir el edificio en pequeños módulos de habitación tiene ventajas adicionales. Por ejemplo, permite mejorar la entrada de luz natural y la ventilación cruzada, proporcionando espacios más cómodos y saludables y reduciendo el riesgo de propagación de enfermedades infecciosas.
Además, las habitaciones incorporan espacios para almacenar pertenencias de forma segura. En el prototipo original, las mujeres debían guardar sus pertenencias debajo de las camas.
Sostenibilidad cultural
Podría haber descrito este proyecto desde la perspectiva de la sostenibilidad medioambiental. Por ejemplo, hablar de los beneficios de las paredes de bloques de tierra comprimida. Del uso de madera local. De cómo las columnas de ladrillo sin cocer reducen la huella de carbono del edificio. O de la gestión del agua de lluvia o la orientación solar.
Sin embargo, todo eso es irrelevante si ignoramos la experiencia y las expectativas culturales de las mujeres. Ellas deciden si el proyecto es un éxito o no porque ellas deciden si se quedan o se van.
Y es que la primera estrategia de diseño debe ser siempre asegurarnos de que la comunidad valore el edificio porque le resulta útil.
De este modo, la sostenibilidad cultural es el requisito previo para la sostenibilidad medioambiental.
Porque si no hay personas, no hay nada que sostener.
PD1. Escuchar no nos asegura que acertemos, pero sí reduce las probabilidades de que nos equivoquemos.
PD2. Si te ha gustado, dale al ❤️ y compártelo con alguna madre.
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Este error, en el campo del desarrollo de software, es posiblemente uno de los más comunes. Un conjunto de ingenieros que tiene clarísimo cuáles son las últimas tendencias tecnológicas y cómo hacer aplicaciones fascinantes… pero que al final olvidan por completo las necesidades reales de los usuarios. Si un usuario no ve sus expectativas cubiertas, no importa un mojón lo buena que sea la aplicación, porque no la usarán.
Dicho lo cual, esta historia es brutal. Posiblemente, uno de los ejemplos que he leído que mejor expresa la importancia de tener en cuenta al usuario y su punto de vista. Gracias por compartirlo.
Este caso debería enseñarse en todas las escuelas de diseño, arquitectura y salud pública. Porque no se trata solo de construir bien, sino de construir con sentido. La arquitectura no transforma vidas si no escucha primero a quienes las viven. Y este proyecto lo demuestra: cuando se deja de imponer desde arriba y se empieza a co-crear desde abajo, los edificios dejan de ser estructuras para convertirse en espacios de dignidad. Qué necesario es hablar más de sostenibilidad cultural —no como un extra, sino como el verdadero punto de partida.