En mayo de 1993, Maggie Keswick Jencks acudió junto a su marido al Hospital de Edimburgo. Allí, su médico le informó de que el cáncer de mama que había superado cinco años antes había regresado. Esta vez se encontraba en los huesos, la médula y el hígado. Le quedaban unos pocos meses de vida.
Tras compartir la noticia, el médico pidió a Maggie y su marido que salieran de la consulta para atender al siguiente paciente. Sentada en una silla rígida, en un pasillo sin ventanas, iluminado por luz artificial, Maggie pensó que debía haber una manera más humana de tratar a quien acaba de recibir semejante noticia.
Más tarde escribiría:
«Los hospitales no están pensados para los pacientes. La enfermedad reduce nuestra confianza, y llegar por primera vez a un enorme hospital suele generar una ansiedad innecesaria. Tan solo orientarse por el edificio resulta agotador. [...] Los espacios interiores sin vistas al exterior y los incómodos asientos contra las paredes contribuyen al agotamiento físico y mental. Los pacientes que llegan con algo de esperanza pronto la pierden».
Maggie imaginaba un lugar completamente diferente.
Un espacio que dijera: «Bienvenida. No te preocupes. Estamos contigo».
«Sentarse en una sala agradable [...] con una iluminación cuidada, vistas a árboles, pájaros y cielo, con sofás y sillas dispuestos en pequeños grupos, permitiría que los pacientes se relajen».
En definitiva, Maggie imaginaba una arquitectura más humana.
Una arquitectura centrada en las personas
Durante las siguientes semanas, trabajó en hacer su visión realidad. Si el funcionamiento del hospital giraba en torno a parámetros de eficiencia que trataban a los pacientes como un problema a resolver, pensó que también era necesario un espacio más sensible.
Con ayuda de su enfermera, Laura Lee, y su marido, Charles Jencks, empezó a trabajar en esa idea: un espacio sin cita previa, gratuito, junto al hospital, con apoyo psicológico, actividades, información y una arquitectura pensada para cuidar a las personas.
Encontraron un establo en desuso en el terreno del mismo hospital y convencieron a la dirección de que les dejaran reformarlo. Contactaron al arquitecto local Richard Murphy, quien les ayudó a traducir sus ideas en estrategias de diseño. Por ejemplo:
El jardín frontal permitiría ayudar a dejar atrás el estrés del hospital.
El vestíbulo debía ofrecer un momento de pausa y permitir entender cómo funciona el edificio para ayudar a reducir la ansiedad.
No habría recepción, pero un miembro del equipo debía poder ver si alguien entraba.
La cocina sería el corazón del centro, con una gran mesa y una distribución que invitara a los visitantes a apropiarse del espacio y servirse ellos mismos.
Las salas de consulta, utilizadas para asesoramiento o terapia, tendrían vistas al jardín, «o al menos un poco de cielo».
Habría una habitación de «retiro»: un espacio pequeño y tranquilo donde descansar o tumbarse.
Los aseos debían ser suficientemente grandes para incluir un asiento y una estantería con libros. Debían ofrecer suficiente privacidad para llorar.
Maggie proponía construir la antítesis del hospital. Un edificio de escala doméstica diseñado pensando en las personas, no en sus enfermedades. Todo debía girar en torno a la experiencia de los visitantes. No se trataba de un espacio clínico, sino de un hogar.
Maggie falleció en julio de 1995. Antes, se había asegurado de que el proyecto pudiera continuar con o sin ella. Había convencido a su enfermera Laura de que dejara su puesto en el hospital para convertirse en la directora del centro. Su marido Charles estaba buscando financiación. El diseño del edificio estaba prácticamente terminado.
Maggie’s: Una arquitectura que acompaña
En noviembre de 1996, el centro abrió sus puertas.
El proyecto fue un éxito. Cada vez más personas acudían a conversar, leer un libro o tomar una taza de té. Años después, fue necesario ampliar el edificio y el jardín. Más tarde, harían falta más ampliaciones.
Poco después de la inauguración, Charles y Laura recibieron una petición del Hospital de Glasgow para abrir otro centro allí. A continuación, llegaría otra petición desde Dundee. Después Inverness. Londres. Nottingham. Newcastle. Oxford. Aberdeen. Manchester. Cardiff. Leeds.
Durante décadas, Charles y Laura lideraron la expansión con más de 25 centros, a los que decidieron llamar Maggie’s. Todos ubicados junto a hospitales especializados en el tratamiento de cáncer.
La confianza de los fundadores en el potencial transformador de los edificios les ha llevado a trabajar con algunos de los arquitectos más prestigiosos del mundo: Frank Gehry, Zaha Hadid, Norman Foster, Richard Rogers, Rem Koolhaas...
De este modo, Maggie’s ha hecho del diseño de sus edificios y jardines una seña de identidad.
Sin embargo, la confianza en el potencial del diseño para apoyar a las personas no implica caer en la ingenuidad de pensar que un edificio puede curar el cáncer por sí mismo.
«Nuestros edificios deben ser acogedores y amables, pero sin trivializar lo que las personas están viviendo [...] Tener cáncer no es algo banal… Enfrentarse a la posibilidad de morir y a lo que eso significa para ti y tu familia no es algo que se resuelva con sillones cómodos y pintura alegre en las paredes».
Es decir, el diseño es importante, pero no es suficiente.
Por eso, Maggie’s no se plantea como una solución aislada, sino como un complemento al hospital. Mientras el hospital se ocupa del tratamiento médico, Maggie’s acompaña a la persona en todo lo demás: el miedo, los cambios, el impacto en la vida cotidiana. Son dos edificios con funciones distintas pero complementarias: lo científico y lo humano; la razón y la emoción.
Diseñar la experiencia
Cada centro Maggie’s es único y diferente. Sin embargo, todos comparten ADN con el edificio original, diseñado a partir de la experiencia de su fundadora. Estos atributos esenciales están descritos en un documento que se entrega a los equipos de diseño antes de comenzar un nuevo proyecto:
«Sabemos que muchas veces hacen falta tres o cuatro intentos antes de que una persona se atreva a cruzar la puerta. Se necesita valor para entrar. Entrar significa aceptar que tienes cáncer. Y si una persona se siente intimidada, no va a entrar. Por eso debemos hacerlo lo más fácil posible».
«Pedimos que los espacios, tanto interiores como exteriores, permitan a quienes los usan decidir cómo quieren hacerlo. Queremos animarles a tomar decisiones».
«La relación entre interior y exterior, entre lo construido y lo natural, es importante. Estar protegido dentro, pero poder ver el paso de las estaciones al otro lado de la ventana, ayuda a recordar que sigues formando parte de un mundo que está vivo».
«A veces, cuando una persona está en un estado de profunda angustia, lo único que puede soportar es mirar desde un lugar protegido la rama de un árbol moviéndose con el viento. Queremos que haya tantas oportunidades como sea posible de mirar hacia fuera».
«Necesitamos espacios que hagan fácil conversar y sentirse acompañado. También debemos pensar en los distintos niveles de intimidad que cada persona necesita: ofrecer rincones para recogerse con un libro y también lugares donde sentarse a observar sin necesidad de participar».
«Estos lugares deben reconocer por lo que está pasando la gente, saludar el reto que enfrentan y elevarse a la altura de su desafío. Deben ser bellos».
En definitiva, la arquitectura no cura el cáncer. Pero puede ayudar a reducir el miedo, el aislamiento y la angustia.
Puede hacernos sentir vistos, respetados y acompañados.
Puede ofrecer algo tan simple —y tan esencial— como el calor de una cocina, el olor de un jardín y un trozo de cielo.
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Fuentes principales:
- Maggie Keswick Jencks, A View From the Front Line (London, 1995).
- Maggie’s, Maggie’s Architecture and Landscape Brief
Maravillosa e inspiradora historia la de los centros Maggie, me ha encantado.
Me quedo con la reflexión del final "En definitiva, la arquitectura no cura el cáncer. Pero puede ayudar a reducir el miedo, el aislamiento y la angustia".
Me ha gustado muchísimo. Tanto la idea de los centros Maggie que no conocía, como el relato. El entorno es una parte muy importante de cómo vivimos las experiencias y asumir que tienes una enfermedad grave, es una experiencia tremenda ¡Gracias!